En la oscuridad que todo envuelve,
nadie deja que brote una chispa de luz.
Y cualquier toque de color se disuelve
en este mar de negrura insondable.
Perdonadme, pues, que hable
si de mi boca brota cualquier atisbo de luz.
Perdonadme que os deslumbre
en mi viaje hacia la cumbre,
desde la cual me he de despeñar.
En perpetuas tinieblas la sola luz de una vela
os puede los ojos quemar.
Espero dejar al menos en mi caída al abismo
una resplandeciente estela
con esa luz que se libera
al romper el negro mutismo.
Encadenado de pies y manos,
con sólo la boca dispuesta
a retar con mi respuesta
este cruel yugo inhumano.
Con la boca, libre, os escupo,
pero cada salivazo es respondido por una bofetada,
que me libera de cualquier remordimiento que cupo
en este ardiente corazón.
De nada sirve una espada,
por firme que se empuñe,
por fiera que sea la pasión,
en una mano atada.
Sin la libertad
que tu me niegas
y en medio de la total oscuridad
solo puedo luchar,
revolverme con denuedo a ciegas.
Me rebelo ante el Dinero
que tapa nuestros ojos
(nos hace ciegos),
que nunca calma nuestro apetito,
que sólo alimenta nuestros egos
y nuestra avaricia hasta el infinito.
El Dinero.
Son sólo los despojos
de un mundo muerto.
Y aquel que no esta muerto,
aquel que no se rinde,
aquel que sigue en liza
en un mundo que se escinde,
aquel… sólo agoniza,
pero al menos vive.
Aquel sólo sufre,
pero al menos siente.
Aquel no se engaña,
aquel no se miente.
Aquel araña
con sus manos desnudas
los muros que, imponentes,
cercan su libertad.
Con sus cálidas manos impotentes
intenta derribar el frío muro de piedra,
y aunque por siempre lo intenta,
el sólo no lo desmedra.
Pero no sucumbe
y no se inventa
una nueva realidad.
Él seguirá arañando,
con los dedos sangrando
hasta que el muro derrumbe.
Algún día desaparecerá ese muro,
erosionado por miles de manos sangrantes
a través de los tiempos. Seguro.
Aquel que contempla estoico
la riqueza desmedida,
y que en un esfuerzo heroico
no se olvida
de sacudir las cadenas que lo atan,
de romper, en el silencio, a gritar,
aunque tan sólo sea por despertar
a los que la esclavitud aletarga,
a los que dormidos sueñan
vivir en un mundo ideal,
donde la sociedad se encarga
de discernir el Bien y el Mal.
A los que sólo despiertan
al oír el tintineo del vil metal,
aquellos para los que elegir es una carga fatal.
Mas los que desertan
de un ejército de avarientos,
aprenden con premura
a rechazar sin aspavientos
el ejercicio de la usura.
A despreciar, con mesura,
aquello que compra el dinero,
y a disfrutar, mientras dura,
la vida partiendo de cero.
A apreciar lo que no se compra ni se vende,
lo que surge del azar,
lo que siempre nos sorprende.
Lo que siempre estuvo allí
y nunca te diste
cuenta hasta que se alejó de ti,
hasta que lo perdiste.
Pero esos son tan pocos
y son tan diferentes
que son llamados locos.
Nada tienen que ver
con toda esa otra gente
que se cree libre pues observan
que nada obstruye su paso
(no hay barreras en este ingente
y moderno mundo globalizado).
Pero en este eterno ocaso
no hay luz suficiente
para ver los hilos que nos mueven.
Y aquellos que los ven no se atreven
a arrancar las cuerdas que los atan.
¿A dónde irán sin nadie que los lleve?
Es tan cómodo que guíen tus pasos.
Algunos sueltan sus brazos para alzar
el puño crispado hacia el cielo
y clamar sus penas eternas
mientras dejan que muevan sus piernas
Una multitud autómata
que se mueve al mismo ritmo.
Una masa que te empuja
hasta arrojarte al abismo,
que, si te paras, te estruja.
Estamos rodeados de brazos
que nos empujan de contino.
Pero es difícil encontrar una mano
que nos ayude en el camino.
Una marea
que nos rodea,
que nos aisla.
Un mar de indiferencia,
que nos encierra
en nuestra isla,
en un palmo de tierra.
Esa es toda nuestra herencia.
En la colosal masificación de la sociedad
es donde se descubre la verdadera soledad.
Triunfar en la vida…
es algo que nunca he comprendido.
Luchar
para ganar,
como si fuese un partido.
O buscarle a la vida sentido.
¿Acaso no lo tiene en sí,
en cada momento vivido?
Siempre he compadecido
a los que han malgastado
su vida buscándole sentido.
Aquellos que por encontrar un destino,
en su viaje, no han disfrutado el camino.
Soñamos con quimeras imposibles
para intentar alejarnos de lo que es real,
de aquello que si está a nuestro alcance.
Tejemos telarañas invisibles,
Alzamos un muro que no es tal
para intentar frenar nuestro avance.
Tenemos miedo a quedarnos solos
si nos alejamos de la masa que estrangula
y que agobia,
si salimos de la sala oscura,
si vamos más lejos que nadie,
si cruzamos la puerta y llegamos
al espacio abierto de la libertad.
Padecemos una curiosa agorafobia.
Tenemos miedo a que la luz del sol irradie
sobre nuestras vidas un rayo de verdad
y que podamos al fin ver, al salir de la oscuridad.
Entonces, recuperada la vista,
ya no tendrán que guiarnos como ciegos.
Tendremos la obligación de orientar nuestros pasos,
de opinar, de entender, de observar, de pensar.
Entonces, tal vez, añoremos ser los borregos
a los que conducía el pastor.
Entonces, tal vez, queramos que el ocaso
se lleve este molesto resplandor
y seguir en tinieblas sumergidos.
No somos los únicos esclavos que temen más
que a la comodidad de la esclavitud
la incertidumbre de la libertad.
Al fin y al cabo, puede que el ideal de libertad
sea una utopía, sólo alcanzable en la más absoluta soledad,
impracticable en esta o cualquier otra sociedad.
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