viernes, 15 de mayo de 2009

El laberinto de cristal

2-5-06
I

El sol que atraviesa
el cristal me hiere:
un rayo que besa
con fuego mi rostro.
Su fuerza perversa
en la noche muere,
pero a su calor,
sudando, me postro.

En un invernadero
extraña flor parezco.
Soy un ejemplar único
agostado y marchito,
con un aroma pútrido.
El dolor que padezco
Se me antoja infinito.

Acuciando la vista
creo que te he de ver
mostrándome el final.
Perdona que te insista.
¿Tú no eres aquel ser
que me hizo tanto mal?
Aquel Dios vengativo,
aquel ser infernal
que sin ningún motivo
me quiso perdonar.
Tristeza sin medida,
sufrimiento sin par.
¡Estoy muerto o vivo?

La luz, la oscuridad
de noches y de días
se alternan sin parar.
De noche me desvelo
intentando encontrar
una estrella en el cielo,
luz en la oscuridad.
De día es imposible
encontrar una sombra
en la que descansar
bajo un muro invisible.
Oigo como me nombra
su hijo la soledad.


II

A través del vítreo
puedo contemplar
tu rostro níveo
fuera de lugar.
A través de tus pupilas
veo el horizonte
donde se perfila
la oportunidad
de la libertad
en que apenas creo.

Hazme el favor, ponte
hoy en mi lugar,
ve lo que yo veo.
Sé un Prometeo
dispuesto a luchar,
a desafiar
a todos los dioses,
sin nunca escuchar
todas esas voces
que son la verdad.


III

Golpe tras golpe, intentando atravesar el laberinto,
como una mosca contra un cristal
todos mis esfuerzos son inútiles.
Y aunque puedo ver el final
de este eterno tormento, de este laberinto,
nunca lo he de alcanzar.

En un inmenso vacío,
sin luz ni oscuridad,
calor extremo o frío
y siempre… soledad.

Luminoso y oscuro,
ominoso y tan duro,
de infinita crueldad.
Laberinto fatal;
es tan perfecto y puro
como lo es su cristal.

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