17/06/11
Con la impunidad del chef que escupe sobre las viandas del comensal,
me dispongo a airear mis delitos más perversos,
mis pecados más piadosos,
una cópula de versos
ominosos.
Con la indiferencia macabra del verdugo
ejecuto mi poesía,
rompo el yugo
que me uncen cada día.
Y derramo savia blanca
que en la uretra se me atranca
cuando no te tengo cerca.
Y malgasto mi saliva
en mi vana autodiatriba
que es inútil torpe y terca.
Nada quiero que sea ajeno
a lo inhóspito en mi viaje
hasta el seno
del infierno.
Nada quiero que sea tierno,
es lo rudo y lo salvaje
lo que hace inmune al veneno.
Nada quiero si pernocto
en casas de lenocinio
que no sea sólo el docto
arte fugaz del cariño;
el deleite aéreo
que presume
el perfume
más venéreo.
Te regalo
el alodio
de mis odios,
la arrogancia
con que avalo
mi ignorancia,
la lectura
de estas obras
sin censura,
son las sobras
de las musas
más venales
(sus excusas:
tanto tienes,
tanto vales).